Mujer.
Por: Iván González
Twitter: @IvanConAcent0
Blog: http://aquiallayaculla.blogspot.mx
Era el número 56 de la calle Bolivar. Las personas caminaban como se camina en este país, acaloradas, rompiendo los zapatos y los sueños al arrastrar los pies. No se percataron de lo que acontecía en aquella casa, tan vieja, con la vida desbordada en el recuerdo, sostenida entre el sol y las piedras que en tiempos remotos testificaron el cruce de razas.
No lo entiendes, decía una mujer, debemos luchar por nuestros derechos, por nuestra libertad. Las mujeres adjuntas a la plática susurraban entre preocupaciones y desconsuelos sus dolores, como sólo ellas pueden. Libertad es una palabra que le queda grande al genero femenino, dotado de delicadeza, revestido de prudencia, creador del estoicismo; pero que no crea el lector que nos compadecemos de ellas, no, para sentir lástima sobra y basta con nuestros corazones. Supongamos que salimos a las calles, que somos escuchadas, que nos hacen caso, qué será de nosotras, de nuestros hijos y maridos, serán blanco para fácil para las burlas de medio país, de medio mundo, contestaba otra fémina. No importan ellos, no importa nadie más en éste, tan crudo tiempo, en el que somos menos que farolas, postradas a las leyes de los hombres, rezongaban unas. Pero de dónde sacaremos el dinero que se necesita para el material, preguntó una, De donde se pueda, rebajando la sopa, aclarando el agua de frutas, vendiendo lo que no sirve en la casa, profanó aquella mujer que empezó este párrafo. Y ahí estaban, mujeres hablando, pensando, como si fueran hombres, como si pudieran pensar. Qué le pasa al mundo ahora, quién les dio permiso, quiénes se creen.
La comida se enfriaba, las cacerolas no se limpiaban, la ropa se acumulaba pero las ideas y filosofías que le dieron postrimería a las cadenas de las mujeres se calentaban, se pulían, se acaban y se renovaban. Las pláticas se convirtieron en conferencias, se convirtieron en cúmulos de más de 200 personas, se llegaron a transformar en masas, manifestaciones. Pancartas y gritos convivían en las calles, estos de la izquierda exigían libertad, aquellos de la derecha igualdad, los del rincón respeto. Sólo el destino sabe qué pasará con aquellas mujeres que decidieron encerrarse en sus casas y departamentos, que no alzaron la voz, que lavaban la ropa de su marido y no la historia que las condenó a la sumisión. Pero seámonos sinceros al menos una vez, el destino no sabe nada, se queda esperando, sentado, con las piernas entrecruzadas esperando a que lo encontremos, Vaya, nos dirá, hasta que llegas, se nos estaba haciendo tarde para empezar a vivir.
Se logró poco los primeros meses, pasaron los años y las luchas. Las lágrimas de impotencia un día escurrían entre los pómulos de unas, las rodillas se les quebraban a otras de tanto esperar respuestas en los sindicatos. Desde que el mundo es mundo ha sido así, se debe esperar para todo, para una respuesta, para la comida, para el amor y hasta para la muerte. Pero llegó el tan sonado día, el día en el que la mujer podía votar, podía vestir como quisiera, podía caminar por la calle sin miedo a ser buscada entre sus faldas, se le verían los ojos, no los senos, se le buscaría por su boca al hablar, no por su forma de besar. Todas y todos, sí, todos, porque hasta hombre hubo ahí, gritando y apoyando, todos exclamaban su felicidad, se les hacía el corazón papilla, la garganta se les enredaba, no había momento histórico como éste.
Al día siguiente se inventó una nueva licuadora, tres velocidades más, nuevas cuchillas. Una nueva plancha, más eficiente, menos emisión de calor. Una nueva lavadora, ahora sin tanto ruido al exprimir. Para que tu vida sea más fácil, mujer, decían los promocionales televisivos. Gracias a Dios todo mundo olvidó la lucha de aquellas alborotadoras, de esas perras que ladraban ser soltadas, pero cómo, si para eso nacieron, para estar en casa, mojando y secando pisos, calentando el caldo, tragándose las penas familiares, enfermando de tristeza. Gracias a Dios, o a quien sea, que no estamos muy seguros aún de la existencia del creador todo poderoso, las mujeres olvidaron el pasado, los sudores, la sangre palpitante en las yugulares al gritar Libertad. Y mejor aún, olvidaron creer en ellas... Qué sería del mundo sin aquellos hermosos seres.
Twitter: @IvanConAcent0
Blog: http://aquiallayaculla.blogspot.mx
Era el número 56 de la calle Bolivar. Las personas caminaban como se camina en este país, acaloradas, rompiendo los zapatos y los sueños al arrastrar los pies. No se percataron de lo que acontecía en aquella casa, tan vieja, con la vida desbordada en el recuerdo, sostenida entre el sol y las piedras que en tiempos remotos testificaron el cruce de razas.
No lo entiendes, decía una mujer, debemos luchar por nuestros derechos, por nuestra libertad. Las mujeres adjuntas a la plática susurraban entre preocupaciones y desconsuelos sus dolores, como sólo ellas pueden. Libertad es una palabra que le queda grande al genero femenino, dotado de delicadeza, revestido de prudencia, creador del estoicismo; pero que no crea el lector que nos compadecemos de ellas, no, para sentir lástima sobra y basta con nuestros corazones. Supongamos que salimos a las calles, que somos escuchadas, que nos hacen caso, qué será de nosotras, de nuestros hijos y maridos, serán blanco para fácil para las burlas de medio país, de medio mundo, contestaba otra fémina. No importan ellos, no importa nadie más en éste, tan crudo tiempo, en el que somos menos que farolas, postradas a las leyes de los hombres, rezongaban unas. Pero de dónde sacaremos el dinero que se necesita para el material, preguntó una, De donde se pueda, rebajando la sopa, aclarando el agua de frutas, vendiendo lo que no sirve en la casa, profanó aquella mujer que empezó este párrafo. Y ahí estaban, mujeres hablando, pensando, como si fueran hombres, como si pudieran pensar. Qué le pasa al mundo ahora, quién les dio permiso, quiénes se creen.
La comida se enfriaba, las cacerolas no se limpiaban, la ropa se acumulaba pero las ideas y filosofías que le dieron postrimería a las cadenas de las mujeres se calentaban, se pulían, se acaban y se renovaban. Las pláticas se convirtieron en conferencias, se convirtieron en cúmulos de más de 200 personas, se llegaron a transformar en masas, manifestaciones. Pancartas y gritos convivían en las calles, estos de la izquierda exigían libertad, aquellos de la derecha igualdad, los del rincón respeto. Sólo el destino sabe qué pasará con aquellas mujeres que decidieron encerrarse en sus casas y departamentos, que no alzaron la voz, que lavaban la ropa de su marido y no la historia que las condenó a la sumisión. Pero seámonos sinceros al menos una vez, el destino no sabe nada, se queda esperando, sentado, con las piernas entrecruzadas esperando a que lo encontremos, Vaya, nos dirá, hasta que llegas, se nos estaba haciendo tarde para empezar a vivir.
Se logró poco los primeros meses, pasaron los años y las luchas. Las lágrimas de impotencia un día escurrían entre los pómulos de unas, las rodillas se les quebraban a otras de tanto esperar respuestas en los sindicatos. Desde que el mundo es mundo ha sido así, se debe esperar para todo, para una respuesta, para la comida, para el amor y hasta para la muerte. Pero llegó el tan sonado día, el día en el que la mujer podía votar, podía vestir como quisiera, podía caminar por la calle sin miedo a ser buscada entre sus faldas, se le verían los ojos, no los senos, se le buscaría por su boca al hablar, no por su forma de besar. Todas y todos, sí, todos, porque hasta hombre hubo ahí, gritando y apoyando, todos exclamaban su felicidad, se les hacía el corazón papilla, la garganta se les enredaba, no había momento histórico como éste.
Al día siguiente se inventó una nueva licuadora, tres velocidades más, nuevas cuchillas. Una nueva plancha, más eficiente, menos emisión de calor. Una nueva lavadora, ahora sin tanto ruido al exprimir. Para que tu vida sea más fácil, mujer, decían los promocionales televisivos. Gracias a Dios todo mundo olvidó la lucha de aquellas alborotadoras, de esas perras que ladraban ser soltadas, pero cómo, si para eso nacieron, para estar en casa, mojando y secando pisos, calentando el caldo, tragándose las penas familiares, enfermando de tristeza. Gracias a Dios, o a quien sea, que no estamos muy seguros aún de la existencia del creador todo poderoso, las mujeres olvidaron el pasado, los sudores, la sangre palpitante en las yugulares al gritar Libertad. Y mejor aún, olvidaron creer en ellas... Qué sería del mundo sin aquellos hermosos seres.
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